Pd: ¿Conoceis a alguien que haya hecho alguna vez "la fiesta phrasal verbs"? ¿Y que encima sea semanal?!!! Terrible!
Esta noche cena con excompis del curso de Gestión Cultural. ¿Conseguiré combinar mi nuevo calzado con algo? Ya os contaré...
Y pensando en la vida, pienso también en la muerte, claro. En la tuya, y en lo injusta que casi siempre es, como en tu caso lo fue. Y en esa maldita enfermedad que ni detectada "a tiempo" fue capaz de parar. Pienso en que a penas te conocía, no nos dio tiempo a mucho ese mal que ha sido el tuyo y el de todos los que te querían. Unos cuantos cumpleaños, Reyes, y demás reuniones familiares, algún email con datos para hacerme un favor, unos bombones en esta casa desde la que ahora pienso tanto -qué alegría que la conocieras- ... No mucho, como te decía, pero más que suficiente para cogerte tanto cariño. Conectamos fácilmente, cuando me echaste la primera mano para salir de la siempre delicada situación "presentación familia", y cuánto te lo agradecí en ese momento. Pienso en tu carácter alegre y extrovertido, en tu vitalidad y fuerza para seguir hablando y sonriendo, incluso, en los últimos momentos. Y pienso en el hueco tan inmenso que has dejado en tu marido, en tus hijos, en tus hermanas, cuñados y sobrinos. Y en todos tus amigos. Y pienso en R., que aún no ha vuelto a ser el mismo. Ya sabes que es parco en palabras para expresar sentimientos, pero se le apagó un pedacito de alegría el día que te fuiste, y no sé si será capaz de recuperarlo algún día. No han sido buenos tiempos para él, en realidad para ninguno, pero desde mi humilde posición intentaré hacer lo que pueda para que no cese la alegría, aún echándote de menos. Las personas afrontamos la muerte de nuestros seres queridos de muy diversas maneras. La procesión va por dentro, en silencio, en la mayoría de ellos, como si hablar de ello fuera a hacerlo más doloroso de lo que ya es. Quizás también para hacer fuertes con la técnica de la distracción a los que más lo necesitan: tus hijos. Pero es que yo soy extraña, y he sido siempre más de llorar y hablar, hablar sin parar. Por eso, te debía unas líneas, porque es mi modo de recordarte en voz alta, y de hacerte saber lo mucho que me acuerdo de ti, Yesu. Descansa en paz, allá donde estés.
Todas las generaciones han pasado lo suyo desde que el mundo es mundo, así que no voy a entrar en el concepto, ni en lo que cada una ha sobrellevado, ni tan siquiera en lo que Ortega y otros definieron como tal. Simplemente, voy a desahogarme por pertenecer a la que pertenezco, porque la conozco bien, y porque estoy rodeada de ella.
Nosotros, los de veintimuchos y treintaipocos, los hijos de la transición, los de un presente como los de ningún otro y un futuro mejor. Crecimos sobreprotegidos, con todas las comodidades y posibilidades que pudieran imaginarse, en democracia, sin nada por lo que luchar porque todo estaba ganado ya. Debíamos estudiar todo aquello que nuestros padres no pudieron estudiar y, por dios, ¡cómo no hacerlo, si los títulos eran el pasaporte al cielo de los sueños hechos realidad! ¡Podríamos tener la vida que quisiéramos, el trabajo que deseáramos, conocer a quién nos diera la gana, vivir como quisiéramos hacerlo! Y todo ello, por supuesto, en un mundo mejor, justo, tolerante, libre de totalitarismos y lleno de librepensadores...
Sí, libres, desde luego, para pensar que nada de esto fue lo que nos prometieron, lo que escuchamos durante nuestra infancia, adolescencia y primera edad… ¿adulta? Nos lo creímos todo, para terminar siendo lo que somos. Mileuristas, ese es el nombre que recientemente nos dieron. Porque tenemos trabajos de mierda con sueldos de mierda, con un montón de títulos también de mierda bajo el brazo. Sobradamente preparados, claro… pero cada vez menos jóvenes (los A.S.P., vaya) Y mientras esto tiene lugar, vamos convirtiéndonos en hombres y mujeres insatisfechos, que van aparcando sueños y resignándose con desperdicios de lo que pudo haber sido y no fue. O en eternos inmaduros, acojonados, acomplejados, desencantados, egoístas crónicos y mimados que, desde luego, y a este ritmo, jamás podremos ni querremos formar una familia. Con principios o sin ellos, eso ya qué más da, con más o menos fuerza para seguir hacia un futuro en el que no creemos, con más o menos motivos para llorar.
No tenemos muy claro donde vivir, con quién salir, a quién querer, o con quien follar (o dónde, que es peor todavía), ni cual sería el empleo ideal que nos hiciera sentir realizados cobrando lo suficiente como para llegar a fin de mes sin prescindir, eso sí, de la vida ociosa a la que nos acostumbramos mientras pagaban papá y mamá. Nos duelen las caídas como si nunca nos hubiéramos golpeado (¿acaso lo hemos hecho?), nos maquillamos de felicidad para escapar de la realidad, devoramos la vida a toda velocidad para no ser devorados por ella, y nos consolamos con las geniales ideas de publicistas de la chispa de la vida que no hacen más que alimentar el consumo en un mundo ya consumido de consumo.
¿Crisis económica? Ja! Sólo intentan distraernos de lo que de verdad se avecina, para que no pensemos demasiado en que dentro de poco, el mundo estará en manos de millones de personas en continua crisis existencial. ¿Qué psicólogo tratará al psicólogo? En Historia, aquélla carrera que estudié para (des)encontrarme ahora como me (des)encuentro, tratamos de manera intensiva una expresión que ahora me viene a la cabeza: Crisis de Paradigmas. Porque escasos son ya los antiguos paradigmas que sobreviven para ayudarnos a entender y explicar el mundo… o nuestra propia existencia. Nada define mejor el saco roto, el blanco y en botella que no terminamos de aceptar, el sálvese quien pueda. Nada, como nada es la falta de fe, el no saber en qué creer cuando no se cree en nada.
Cómo me gustaría tener un maldito fin de semana libre…Y que tú también lo tuvieras. Y poder hacer planes, o no, y al despertarnos, tras mirar al cielo, decidir que nos vamos a ver la nieve, o el mar, o Madrid. ¿Recuerdas Madrid? Ciudad inmensa que ha quedado reducida a un puñado de calles por las que sólo corremos. Siempre al mismo sitio, a ninguna parte.
Cómo me gustaría tener un maldito fin de semana libre… y poder hacer lo que quisiera. Y al despertarme, tras mirar al cielo, decidir que no voy a mirar nunca más el reloj. Y no sentir el cansancio que me lleva a la inmovilidad, y volver a bailar hasta el amanecer sin temor a la resaca del día después… y no pensar que al día siguiente tengo que volver a trabajar.
Cómo me gustaría tener un maldito fin de semana libre… y todos los demás. Y no tener que hacer piruetas con los horarios para adaptarme al tuyo, al mío, a los suyos. Y leer, y viajar, y correr por placer. Y volver al cine tres veces por semana, y al teatro que nunca pagué, y a los conciertos que tampoco, y a las cenas de cualquier precio cualquier día del año.
No es que el tiempo cambie a las personas. Es que se cansan de soñar con algo que tuvieron y que, saben, nunca más volverán a recuperar. Libertad. Libertad de poder mandarlo todo a la miera, porque “todo” era una categoría en la que no tenías nada que perder.
Cómo me gustaría tener un maldito fin de semana libre… y tener tiempo para mirarme al espejo y recordarme que soy feliz.