martes, 24 de junio de 2008

Cosillas

Muchachito es verano, playa, cachondeo. Ojalá no te hubiera conocido nunca... Mentira, al fin y al cabo también somos lo que somos por los que conocimos, fuera lo que fuera lo que conllevó eso, si es que fue. Y el bombo infierno sigue dando vueltas en el CD, y yo aquí trabajando, sin vacaciones hasta dentro de un mes. Menos mal que la premenstrualidad ha pasado, y con ella las lágrimas. Ahora sólo queda lo bonito, los sueño, las ganas de hacer y desahacer, los deseos, la esperanza. Queda un seguro en el Festival de Jazz de San Sebastián, lugar de sucesos vitales por antonomasia, y un centenar de planes para el resto del periodo estival de los que, con suerte, un par de ellos llegarán a buen puerto? ¿La Toscana? Podría ser, podría ser... hoy todo podría ser. Hasta entonces, evasión. Compras, cañas, cenas, cine, conciertos. Todo lo mejor empieza por "c", a excepción del sexo y la siesta. Y en media hora quedaré libre hasta mañana. Eso si que es de lo mejor. Después continuarán las dudas existenciales, esas que no desaparecen nunca. Hay quien dice que pienso demasiado, pero es que no sé ser de otra manera. ¿Qué hacer? Nada, caminar poquito a poco y sonreír. Hasta el próximo ciclo de la marea y la luna, al menos. Cosillas, al fin y al cabo, sólo son cosillas.

domingo, 1 de junio de 2008

Trabajar

El trabajo mata la creatividad. Personalmente, no es que haya sido nunca muy prolífica, pero de un tiempo a esta parte, desde luego, cada vez menos. Practicamente nada. He perdido la costumbre de escribir: en el blog, en la libreta de cine, en las servilletas de los bares... ni siquiera suelo llevar ya el cuaderno en el bolso.

Hace unos días paseaba por las céntricas y lluviosas calles de Madrid cuando, de repente, me sentí super inspirada. Nada me apetecía más que regresar a casa y escribir lo que había decubierto durante la caminata. Lamentablemente, a donde debía dirigirme era a mi puesto de trabajo. Mierda. No es que se pierda nada importante, pero sí pasó el momento de decir lo que necesitaba, de expresar algo que, de otra forma, queda enquistado en el alma. Porque, sí, las palabras que no salen se enquistan, y dan lugar a dolores y malestares varios, del tipo que sean.

Fue entonces, durante ese fin de paseo marcado por el pesado reloj laboral, cuando pensé que, al menos, debía escribir en mi abandonado blog la precaria reflexión que inmediatamente pasó por mi cabeza. El trabajo mata la creatividad, sea del tipo que sea. Y lo cierto es que, para no permitirlo, voy a intentar empezar de nuevo con esto, con una de esas pequeñas cosas que me hacen sentir tan bien. Como terapia, como desahogo, como lo que sea. Pero escribir. porque sí.