Ya no extraño los cigarros chungos, esos que necesitabas en un ataque de pánico, ansiedad, ira... en un ataque, vaya, del tipo que fuera. Ahora sólo echo de menos los cigarros buenos, que ya es algo. Esos que se disfrutan como nunca rodeada de gente maravillosa, mientras tomas un vino o una caña en cualquier terraza, teniendo una agradable conversación. O ese que enciendes, por qué no, cuando durante un instante se apaga la pasión. También el de la playa, mirando la preciosa y melancólica puesta de sol, o el del coche mientras conduces dejándo todo atrás. Por supuesto, el de los conciertos de las noches de verano, mientras cantas, medio asfixiada, tu canción favorita.
De todo esto fui más consciente que nunca hace un par de días, mientras cerraba las cuadraturas del círculo de mi vida sabinera: 18 años desde mi primer concierto, volvíamos Sabina y yo a encontrarnos en Las Ventas "en el que, probablemente, fuera su último paseíllo allí". Emoción a flor de piel durante las 3 horas de Princesa, Quién me ha robado el mes de Abril, La del pirata cojo, Amor se llama el juego, Y sin embargo, Tiramisú de limón, Medias negras, Ganas de, Peor para el sol, Pacto entre caballeros, Peces de ciudad, Contigo ... Emoción a flor de piel durante las 3 horas más impresionates de los últimos tiempos... y yo sin un cigarro que llevarme a la boca.
Y así fue, sin querer, como me vi envuelta en todos estos pensamientos, mientras sonaban los últimos acordes de Noches de boda, y a mi casi me resbalaban las lagrimillas por la mejilla.
En verano es mucho más difícil ser ex-fumadora.