No importaba si ese día tenía deberes o si se había caído el mundo, el lunes era de cine, y era sagrado. A veces no acertábamos con las películas, o fallaba alguna de las dos, pero lo realmente sensacional era sentarnos allí, delante de la magia de una enorme pantalla, en un cine enorme (entonces no existían las multisalas) de la calle Atocha o Plaza de España, con todas aquellas imágenes iluminando la enorme oscuridad. Sólo había dos normas: Una, que no se excluyera ningún género o tema, a excepción de los dibujos animados, que eran superiores a la sensibilidad de mi padre (esos estaban prohibidos) Dos, acompañar las sesiones con varios Toblerones, y que esta norma fuera secreta para mi madre.
Con esto, recuerdo títulos como Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios, Solo en Casa, Ghost, La Caja de Música, La Flor de mi Secreto, Cocktail, Mi Chica, Ay Carmela, Un Pez Llamado Wanda, El Imperio del Sol, Cazafantasamas, Belle Époque, Pretty Woman, Los Amigos de Peter, Regreso al Futuro, Indiana Jones, Tomates Verdes Fritos... Podría seguir así hasta donde me deja la memoria más inmediata (que tampoco es mucho, vaya) pero vimos un montón de títulos míticos (y otros no tanto), durante la década de mediados de los 80 a mediados de los 90. A esas alturas ya empecé a ir solita al cine, y mi padre cambió de empleo a otro no muy lejano al anterior, pero más sacrificado, si cabía. Así, los lunes desaparecieron tan dramáticamente como las sesiones dobles (plataforma para recuperarlas ya!) y, con todo ello, mis mágicos lunes quedaron relegados al más dulce rincón de la memoria.
Después volvimos a recuperar la costumbre de ir juntos al cine, aunque ya tuvimos que ajustarla a horarios imposibles. El Septiembre pasado nos escapamos (literalmente) al Festival de Cine de San Sebastián, y todos estos recuerdos que ahora estoy dejando por escrito regresaron con fuerza. Igual que hoy, viendo Cuatro Minutos (probablemente, lo mejor de la lamentable cartelera veraniega, aunque me temo que eso no es decir mucho. Realmente fantástica)
Pero lo que quería decir con todo esto es que la sensación de encanto y hechizo que me producían aquellas pantallas donde todo podía ocurrir, donde cualquier cosa era posible, permanece aún hoy, cada vez que me siento en una butaca y recuerdo que aún existen espacios donde todavía está permitido soñar. Creo que nunca podré agradecerle de veras lo mucho que significó, y significa, que 20 años después continúe sintiendo vivo el sortilegio de los lunes de sesión doble.
Gracias, papá.